Una ola gigante, oscura, que viene desde la playa, arrasando todo a su paso. Inunda calles y edificios. Los coches se hunden, las personas se ahogan. Los gritos cesan.
El agua llega hasta la central nuclear. El agua rompe la seguridad. La central explota.
El agua vuelve a su cauce. Ya no se oyen gritos de auxilio ni llantos. Ya no se oye ninguna explosión. Ha llegado la calma... ¿seguro?
Ahora 180 personas trabajan en la central, sabiendo que se están contaminando y dentro de poco desarrollarán cáncer y, seguramente, morirán. Miles de personas tratan de huir del país. Miles de personas tratan de localizar a sus parientes. Miles de personas yacen bajo la nieve. Miles de familias han desaparecido. Miles de gritos han sido acallados.
Japón, líder en trenes de alta velocidad, se halla en escasez de trenes y de electricidad. Se halla en escasez de dinero. Se halla en escasez de ayuda.
No es mucho lo que yo puedo hacer, salvo enviar un sms con la palabra JAPON a un teléfono de cinco dígitos que ya ni recuerdo para dar 1,2€ a la Cruz Roja. No es mucho, pero el sentimiento sigue ahí.
Con el corazón en Japón.
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