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Los libros cuentan historias.

Pero los libros no serían libros sin páginas y letras

al igual que las historias no serían historias sin personajes ni sucesos.

El alma de la novela reside en el corazón del escritor, y después en el del lector.

El alma de la novela te hará volar. Con alas de magia. Con plumas de tinta.

domingo, 3 de octubre de 2010

Atrapada: Capítulo 3

Cuando me desperté, me encontré en la habitación en la que me había dormido. Me llevé una mano a la muñeca de la otra y entonces me di cuenta de que ya no estaba maniatada. Aún así, tenía los tobillos y las muñecas enrojecidas por la rozadura de la cuerda y me dolían.
Me incoporé, desorientada. Uff. Estaba viva. Aunque no entendía por qué. Él había tenido el tiempo suficiente para matarme cuando estaba dormida...
El hecho de pensar en morir hizo que un escalofrío me recorriera la espalda. Entonces vi la vida de una forma distinta.
Pensé en los años que pasé encerrada en mi cuarto, con la mirada en un punto invisible, inmóvil, sin pestañear, sin pensar. Simplemente sentada en mi cama, en la semioscuridad.
Pensé en mis clases, en mi vida en el colegio, sin compañero de pupitre, siempre sola.
Pensé en mi familia actual, que había intentado hacerme feliz y acercarse a mí, sin éxito, por supuesto.
Desde aquella noche, nunca dejé que nadie se acercara a mí. Nadie me vería sonreír, nadie alcanzaría ni siquiera la entrada a mi corazón.
Y entonces pensé en lo que me había perdido. Consideré, por primera vez, la vida que podría haber vivido si hubiera superado aquello...
Pero no, aquello no era posible. Ni para mí, ni para nadie. Él tenía la culpa de todo. Sólo él.
Decidí dejar de torturarme. Me levanté, e inspeccioné la habitación, a la pequeña franja de luz que entraba por la entreabierta puerta.
Era una habitación más bien pequeña. Solo había una cama, una mesilla, un pequeño armario y una silla. Abrí el armario, pero no encontré nada. Estaba absolutamente vacío.
Me volví a sentar en la cama, con las piernas cruzadas. Me daba miedo abrir la puerta y salir. No sabía lo que me encontraría, y prefería quedarme en la habitación. Así que me quede allí, sentada en la cama, como hacía siempre.
No sé cuánto tiempo estuve allí sentada, pero cuando la puerta se abrió con un suave chirrido, la escasa luz que entró hizo que me picaran los ojos, y me acurruqué pegada a la pared.
Porque allí estaba él. Con una bandeja en la mano.
Se acercó lentamente y dejó la bandeja en la mano. Me miró con seriedad. Me taladró con la mirada y yo me acurruqué aún más.
-Cómete la sopa- dijo con  voz firme.
Yo no me moví y esperé hasta que el se dio la vuelta y se acercó a la puerta. Agarró el pomo de la puerta con una mano grande, y antes de cerrarla se giró hacia mí.
-Y no me llames papá.
Cerró la puerta en silencio, dejandome sola.
Me moví. Cogí la sopa entre mis manos y empecé a tomármela a cucharadas, en la más completa oscuridad.

*****

Cuando me terminé la sopa, me volví a acurrucar. Sus palabras resonaban en mi cabeza: no me llames papá... En realidad, no sé por qué lo había hecho. Al fin y al cabo, no era mi padre en realidad. No era mi padre biológico.
Pero durante años habíamos creído que sí. Cuando tenía seis años, mi madre enfermó. Cáncer de mama. Luchó con todas sus fuerzas por seguir adelante, pero no lo logró. Después de tres años de quimioterapia, lágrimas amargas y gritos desesperados, mi madre había muerto. Pero antes de morir, me había contado una cosa: aquel al que creía mi padre no lo era. Y ese secreto lo había guardado yo desde los nueve años. Sólo yo. Había tenido que vivir en una casa que era de un desconocido, que desde la muerte de mi madre lo único que había hecho era beber. Las discusiones no tardaron en presentarse. Y lo que trajeron después...
De pronto, la puerta se abrió. Él apareció en el umbral, y por su mirada fébril supe que había estado bebiendo. De nuevo, pensé con resignación. Se acercó a coger la bandeja sin ni siquiera mirarme, pero cuando la tuvo en sus manos, me miró y la dejó caer.
El tazón se rompió en mil pedazos, al tiempo que él me sujetaba por los cuellos de mi blusa y me echaba a la cara su aliento pestilente.
- ¡¿Se puede saber por qué lloras, niña?!- me espetó, con furia. No me había dado cuenta de que estaba llorando-. ¡¿Acaso no eres feliz?! Con tu nueva familia y todo... ¡tú no debes llorar, niña! ¡Soy yo el que ha sufrido, el que ha sufrido por tu culpa! ¡Eres un engendro!
Para mi sorpresa, me soltó sin haberme pegado y se fue hacia la puerta dando zancadas muy largas.
- ¡No eres más que una llorona! ¡Bastarda!
Pegó un portazo que hizo temblar hasta los cimientos de la casa.
Y así, volví a quedarme a oscuras, con lágrimas en los ojos, gritos ebrios de fondo y olor a sopa en la habitación.

5 comentarios:

  1. Me gusta mucho la historia esta. Hacía mucho que no leía algo fuera de lo típico romántico de "Te quiero, yo te quiero más, no, yo más" etc. Está bien salirse de los cánones de vez en cuando ;)

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    Besos!

    Ith <3

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  2. Beth eres increible escribiendo y sobre todo sabes como dejarme en suspense xD

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  3. @Ithilwen: me alegro mucho de que te guste la historia y gracias por los ánimos ;) ¡claro, me encantaría afiliarte! Ahora mismo lo hago =)
    Un beso!

    @lydia: muchísimas gracias por todo lydia, de verdad, signific mucho para mí. =)
    un beso!

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