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Los libros cuentan historias.

Pero los libros no serían libros sin páginas y letras

al igual que las historias no serían historias sin personajes ni sucesos.

El alma de la novela reside en el corazón del escritor, y después en el del lector.

El alma de la novela te hará volar. Con alas de magia. Con plumas de tinta.

viernes, 8 de octubre de 2010

Atrapada: Capítulo 4

Como era viernes, había tenido clase de música y ahora volvía a casa, agotada. Realmente había sido un día duro. Primero, el examen de ciencias naturales. Puff. Menudo tostón. Ojalá las respuestas contaran para un seis, pero me temía un aprobado muy justito, o incluso un suspenso. Uff, ojalá que no. Menuda bronca me esperaba en casa si no aprobaba...
Luego había tenido clase de matemáticas, inglés, lengua castellana... Y las últimas dos horas, gimnasia. Odiaba gimnasia. Yo nunca había sido un a gran deportista ni nada por el estilo. No sabía correr rápido, tenía una resistencia muy escasa... y no hablemos de la natación. Yo nadaba como los perros; ya me costaba bastante flotar... Aquella clase había sido especialmente dura. Habíamos corrido durantequince minutos y terminé agotada. Además, había tenido que soportar las miraditas de mis compañeras de clase en las duchas. Todavía tenía cuerpo de niña. Bueno ¿y qué? Que les den.
Por la tarde, toqué el saxofón bastante mal... bueno, en realidad, fatal... Tuve que soportar la cara de decepción de mi profesor durante una hora y media. Y eso era una gran tortura.
Así que, estaba agotada y de mal humor cuando llegué a casa. Me encontré a mi padre falso sentado en el sofá, con cara seria. Había dos botellas de cerveza en la mesa de café. Y otra en la mesita, al lado de la lámpara. ¡Cómo no! Debía de estar borracho, otra vez.
Me pregunté por qué debía soportale. Al fin y al cabo, no era mi verdadero padre. Mi madre me lo había contado antes de morir. "Tu padre no es tu padre" me dijo, la muy capulla. "No eres hija suya. Tu padre se llama Carlos." Y así me dejó, la egoísta de ella. En realidad, nunca me respetó demasiado. Simplemente me dijo que al que hasta entonces había creído mi padre no lo era y ya está. Aquello era suficiente para calmar sus remordimientos. Pobre de ella, que los tenía que haber soportado. Pero ahora, ya había hecho el bien y podía irse en paz.
¡Y un cuerno! ¿Así se quitó de encima los remordimientos? Y ahora, ¿quién sufrirá los remordimientos por dejarme con un completo desconocido? ¿quién sufrirá por dejarme sola en el mundo, solamente con un nombre y un increíble sentimiento de traición? Ella no, por supuesto. Ella estaba muy a gusto ahora, en su cajita de roble, bajo tierra.
Pasé por el salón a dejar mi mochila en su sitio y empecé a irme hacia mi cuarto cuando mi no-padre me habló.
-¿Es que no dices "hola"?- me preguntó mientras se levantaba, con un tono muy conocido en la voz. Estaba más que bebido.
Le respondí con un seco "Hola" y seguí camino, pero entonces se acercó a mí con ferocidad.
-¡¿Es que no te he enseñado nada?! Hay que tener educación hacia tus mayores. ¿O no te lo he dicho yo más de una vez? ¡Eres una irrespetuosa! ¡Debes tenerme respeto! ¡Porque yo soy tu...!
"...padre." Mentalmente terminé la frase que tantas veces me había dicho y tantas veces me había tenido que morder la lengua para soltarle que no. Pero, para mi sorpresa, no terminó la frase con esa palabra.
-¡... tutor legal! Porque claro, no puedo decir que soy tu padre, ¿verdad? Porque no lo soy, ¡¿verdad?!
Me quedé petrificada y blanca como la cera. ¡¿Qué?! ¿Lo sabía? No podía ser...
-¡¿Qué, niña, acaso te sorpende?! Por lo que sé, tú ¡ya lo sabías!
-¿Co-co-cómo te has enterado?- balbucié, asustada. No, no. No era posible.
- ¡Así que lo admites, eh! ¡Admites que lo sabías!
Yo intentaba hablar pero no conseguía articular palabra en medio de aquel estruendo de frases iracundas.
-Después de todo lo que yo te he dado... y a tu madre. ¡Oh sí, tu madre!
Se acercó aún más a mí y me gritó a la cara.
-¡Tu madre! ¡Esa arpía a la que yo cuidé y amé durante tantos años! ¡¿Cómo me lo demostró?! ¡Engañándome! ¡Engañándome como a un idiota!
Advertí que varias lágrimas recorrian su cara, y entonces me di cuenta de que yo también estaba llorando. Estaba a punto de explotar, aunque sabía que no me convenía.
-Y luego, cuando murió... ¡yo quedé destrozado! Y te he cuidado desde entonces, ¡pensando que eras mi hija! ¿Y es así como me lo pagas? ¡¿Ocultándome que no eres mi hija, sino una bastarda?!
Me reprimí a duras penas.
-Te he criado como si fueras mi hija... ¡pero al final no lo eres! ¡¿Te parece justo?! ¡¿Te parece justo que yo te haya cuidado mientras tú me ocultabas eso?!
Y exploté.
-¡¿Cuidarme?!- grité con fuerza, tanto que le sorpendí. Mis palabras salían de mi boca por fin, después de años reclusos en frasquitos de amargura-. ¡¿Eso es lo que has hecho hasta ahora?! ¡¿Cuidarme?! Pues para que lo sepas, ¡tienes un sentido muy raro del cuidado...!
-¡A mí no me hables así, cría!- me cortó, pero yo seguí hablando.
-¡Lo que me has dado hasta ahora no ha sido más que un infierno! Ahora, si para ti beber cerveza cada dos por tres y terminar el día borracho... si para ti tener que soportar tus gritos y tu pestilente aliento cada día, es cuidarme... ¡Enhorabuena! ¡Eres un gran canguro!
Ante esa grosería, se acercó a mi y me sujetó por los brazos con todas sus fuerzas.
-Nunca oses a llamarme canguro, ¿de acuerdo, niña?- me susurró, soplando sus palabras por mi cuello- ¡No te atrevas a llamarme canguro!
Pero ya me daba igual. Me daba igual lo que me hiciera. Estaba cansada de sus amenazas, de sus gritos... estaba cansada de él. Así que le empujé y empecé a ir hacia mi cuarto lo más deprisa que pude, pero el me agarró del cuello de la camiseta y me pegó a la pared.
-¡No tan rápido, niña! ¡Dime por qué no me lo dijiste! ¡Qué te he hecho yo para ocultarme la traición de tu madre!
-¡Déjame en paz!- le grité, y me revolví pero mis intentos quedaron aplacados por el bofetón que me dio. Mi mejilla ardía, pero no por eso me rendí-. ¡Déjame! ¡Déjame en paz!
Le empujé con todas mis fuerzas y le hice caer al suelo. Me precipité sobre el teléfono y marqué el 112. Pero justo cuando oí que descolgaban el teléfono al otro lado de la línea, unas manos gigantes me quitaron el teléfono de las manos. Justo antes de que él presionara el botón rojo, grité mi dirección y comencé a correr. No sabía hacia donde, pero debía salir de allí.
Sin embargo, unos brazos me retuvieron y una mano chocó contra mi dolorida mejilla, que ardía todavía más.
-¡Nunca me ignores! ¡Jamás!-gritó el borracho, y me volvió a pegar- ¡Nunca ignores a tu padre!
-Tú... tú no eres mi padre- susurré entre jadeos.
No debí hacerlo.
Sus manos se aferraron entorno a mi cuello, y apretaron con fuerza. Intenté desasirlas, pero no pude.
La vista se me empezó a nublar. Me quedé sin aire...

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